martes, 22 de mayo de 2012

SIGLO XIX






“Todo conduce necesariamente al paisaje”, dijo el pintor alemán Rounge, frase que se puede aplicar a todo el siglo XIX. En Europa, como se dio cuenta John Ruskin, y expuso sir Kenneth Clark, la  pintura de paisaje fue la gran creación artística del siglo XIX, con el resultado de que en el siguiente periodo la gente era capaz de asumir que la apreciación de la belleza natural y la pintura de paisajes es una parte normal y permanente de nuestra actividad espiritual. En el análisis de Clark, las formas europeas subyacentes para convertir la complejidad del paisaje en una idea fueron cuatro aproximaciones fundamentales: por la aceptación de símbolos descriptivas, por la curiosidad sobre los hechos de la naturaleza y por la creación en la Edad Media de oro, de armonía y orden, que podría ser recuperada.
En la época romántica., el paisaje se convierte en actor o productor de emociones y de experiencias subjetivas. Lo pintoresco y lo sublime aparecen entonces como dos modos de ver el paisaje. Las primeras guías turísticas reemprenden estos puntos de vista para fabricar un recuerdo popular sobre los sitios y sus paisajes. Abrió el camino el inglés John Contable, que se dedicó  a pintar los paisajes de la Inglaterra rural, no afectados por la Revolución industrial, incluyendo aquellos lugares que le eran conocidos desde la infancia como el valle de Dedham. Lo hizo con una técnica de descomposición del color en pequeños trazos que lo hace precursor del impresionismo, realizo estudios de fenómenos atmosféricos, en particular de nubes. La exposición de sus obras en el salón de parís de 1824 obtuvo gran éxito entre los artistas franceses, comenzando por Delacroix. El también inglés William Turner, contemporáneo suyo pero de más larga vida artística, reflejo en cambio la modernidad, como ocurre en su obra más famosa: lluvia, vapor y velocidad, en la que aparecía un tema ciertamente novedoso, el ferrocarril, y el puente de Maidenhead, prodigio de la ingeniería de la época. Con Turner las formas del paisaje se disolvían en torbellinos de color que no siempre permitían reconocer lo reflejado en el cuadro.
En Alemania, Blechen siguió reflejando el paisaje tradicional por excelente, el italiano, pero de forma muy distinta a épocas precedentes. Presento una Italia poco pintoresca, nada idílica, lo cual fue objeto de críticas, Philipp Otto Runge y Caspar David Friedrich, los dos artistas más destacados de la pintura romántica alemana, si se dedicaron al paisaje de su país. Animados por un espíritu pietista, pretendía crear cuadros religiosos, pero no mediante la representación de escenas con tal tema, sino reflejado la grandeza de los paisajes de manera que movieron a la piedra.
El paso del paisaje clásico al paisaje realista lo de Camille Corot quien, como Blechen o Turner, paso su etapa de formación en Italia. Con él empezó otra forma de tratar el paisaje, distinta a la de los románticos. Como hizo después la escuela de Barbizon y, posteriormente, el impresionismo, dio al paisaje un papel bien diferente al de los románticos. Lo observaron de manera meticulosa y relativa en término de luz y de color, con el objetico de crear una representación fiel a la percepción vista que pueda tener un observador. Esta fidelidad, que se experimenta por ejemplo en los contrastes y los toques de modo vibrantes. Cuando Corot volvió a Francia, viajo por todo el país en busca de nuevos paisajes; frecuento el bosque de Fontainebleau, donde conoció a una serie de pintores que cultivaron escaso interés entre el público a la crítica, ya que la pintura académica seguía dominada por los cuadros de historia, el gran tema por excelencia. El más destacado pintor de la escuela de Barbizon fue Theodore Rousseau, al que siguieron Díaz de la Peña y Jules Dupre, Albert Charpin, el pintor de ovejas y rebaños, de la misma escuela, es otro ejemplo de pintura de paisajes, con belleza natural. Gustave Courbet no perteneció a la Escuela de Barbizon, pero pinto en su juventud paisajes realistas.
De enlace entre esta escuela y el impresionismo sirvieron Eugene Boudin y Johan Barthold Jongkind, que trabajaron en el campo, al aire libre, pintando paisajes bañados de luz. Como los pintores de Barbizon, los impresionistas buscaban sus motivos en la naturaleza real que los rodeaba, sin idealizarlas, pero su visión no es la sobria de la escuela realista, sino que glorificaban esa naturaleza intacta y la vida sencilla que reflejaban en sus cuadros. Diversos factores confluyeron para que surgiera el impresionismo e torno al año 1860 entre ellos la pasión por la pintura al aire libre y nuevos  temas, reflejados simplemente aquellos que esta ante los ojos: tanto el campo como la cuidad, el mar o los ríos con sus interesantes reflejos sobre el agua, tanto la luz del día como la artificial, en definitiva, “lo banal”, considerando que no hay tema menor, sino cuadros bien o mal ejecutados. Trabajaron con manchas de color, grandes pinceladas, sin el acabado pulido, esmaltado y frio de una pintura de paisajes tradicional, sino reflejado más bien la impresión del paisaje. La obra emblemática de este movimiento, de la que obtuvo su nombre, es precisamente un paisaje: impresión, sol naciente (1874), de Claude Monet. Sus principales seguidores fueron Camille Pissarro y Alfred Sisley.
La pasión del posimpresionista Vinecent van Gogh por la obra de sus predecesores, le llevo a pintar el paisaje provenzal a partir del año 1888. Su obra, de colores intensos, en los que las figuras se deforman y curvan, alejándose del realismo, es un precedente de las tendencias expresionistas.





 Las escuelas nacionales de pintura surgieron, en gran medida, a través de paisajistas que se inclinaron por pintar su tierra, en lugar del tradicional paisaje italiano. En los Estados Unidos, Frederick Edwin Church, gran pintor de panoramas, realiza amplias composiciones que simbolizan la grandeza e inmensidad del rio Hudson, que destaco en la segunda mitad del siglo XIX, es probablemente la más conocida manifestación autóctona del arte de paisaje. Estos pintores crearon obras de tamaño colosal intentando captar el alcance épico de los paisajes que los inspiraron. La obra de Thomas Cole, a quien se reconoce generalmente como fundador de la escuela, tiene mucho en común con los ideales filosóficos de las pinturas paisajísticas europeas, una especie de fe secular en los beneficios espirituales que pueden obtenerse de la contemplación de la belleza natural. Algunos de los artistas posteriores de la escuela del rio Hudson, como Albert Bierstadt, crearon obras menos cómodas, seguramente con exageraciones románticas, que enfatizaban  más los ásperos, incluso terribles, poderes de la naturaleza.
Conforme los exploradores, naturalistas, marinos, comerciantes y colonos llegaron a las costas del Canadá atlántico en los primeros años de su exploración, se enfrentaron a lo que veían como un entorno hostil y peligroso y un mar impecable. Estos europeos intentaron dominar este nuevo territorio sobrecogedor trazado mapas del mismo, documentándolo y reivindicándolo como propio. Su entendimiento de la naturaleza específica de esta tierra y sus habitantes fue muy variado, desde observaciones muy exactas y científicas a otras fantásticas o extravagantes. Estas observaciones están documentadas en el arte de paisajes que produjeron. Los mejores ejemplos del arte de paisajes canadiense pueden encontrarse en la obra del grupo de los siete, que destaco en los años de 1920.
En España aunque sigue sin cultivarse con particular intensidad este género, si se aprecia la recepción del paisaje realista a través de la obra del belga Carlos de Haces. Agustín Riancho relejo los paisajes de la montaña lo mismo que la Escuela de Olot se dedicó a paisajes de esa zona catalana, siendo su creador Joaquin Vayreda. El impresionismo, como en el resto de Europa, se recibió de manera atenuada, pero puede citarse a Diario de Reagoyos como un ejemplo de cultivador de ese estilo de paisaje. 










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